Arte de desastres: afectos, comunidad e historia

Es común describir a Chile como país de desastres y a su población, como una comunidad que se levanta ante la adversidad. Sin embargo, para hablar de este tema, es necesario comprender que un desastre es distinto de la amenaza asociada a su causa, es decir, un terremoto no es un desastre en sí, sino que es la afectación de una sociedad la que situará este fenómeno como tal. Es más, el riesgo de un terremoto, actualmente, es entendido como el resultado del vínculo entre amenaza, exposición y vulnerabilidad de las poblaciones. Así, los desastres que conllevan una amenaza “natural”, no “son” naturales, como solemos llamarlos, sino que se producen bajo condiciones sociales específicas. Por esto, hace tiempo hablamos de desastres socionaturales.

Desde mi interés y perspectiva, la producción del desastre radica –en parte– en cómo conocemos y generamos sentido de su experiencia. A partir de esto, podemos entender el rol de las artes en el asunto, y para abordarlo, debemos comprender que las sociedades que moran estas tierras han sido afectadas por miles de desastres. Ya desde la Colonia podíamos encontrar manifestaciones artísticas que abordan, tematizan y problematizan estos fenómenos y sus consecuencias en el territorio del Chile actual, a través de composiciones visuales, escénicas, musicales y literarias que abundan en la historia de nuestro país y a la vez la construyen. Denominamos a estas prácticas como “Artes del desastre”, junto a mi colega en DESARTES ¹, Sebastián Riffo.

Siguiendo esta idea, las artes del desastre actúan fundamentalmente en la generación de sentido, ahí donde emerge una disrupción. Volvamos a las definiciones asociadas al término desastre, en particular a la idea de catástrofe: desde su etimología podemos distinguir un vuelco radical, un énfasis sobre esa disrupción o alteración de lo cotidiano, que puede incluso interrumpir formas de entender el mundo y a nosotros mismos. El arte ingresa en este plano cualitativo del desastre, activando la generación de sentido sobre aquello que nos cuesta decir debido a un carácter traumático, repulsivo o simplemente incognoscible de la experiencia.

Es posible distinguir varios niveles sobre los efectos del arte. Por un lado, puede promover un sentido histórico que permite un registro particular de cómo se ha vivido la catástrofe, y que puede ser transmitido y preservado, mostrándonos también la periodicidad de los fenómenos. Asimismo, tiene la capacidad de movilizar un sentido de comunidad, a través de su potencial tanto para abordar contenidos compartidos, como para convocar a personas a experimentar en conjunto una obra. Asimismo, es especialmente relevante el rol afectivo del arte a la hora de ayudar a elaborar la experiencia catastrófica y darle un sentido biográfico, no solo porque facilita el acceso a una temática relacionada con un trauma, sino porque se puede volver un referente directo de cómo el/la artista ha elaborado y dado sentido a la experiencia.

Junto con estas formas, en nuestra investigación sobre artes del desastre, reconocemos también el rol cultural y artístico en sí, entendiendo que las obras pueden documentar y preservar la cultura de una comunidad y en particular su cultura de desastres, así como también entendemos que este tipo de arte trabaja con poéticas particulares que, a su vez, construyen y determinan ciertas constantes y categorías estéticas. En su conjunto, concebimos las artes del desastre como un aporte importante para la comprensión y construcción de sentido de un desastre, y solo podemos esperar que continúen ejerciendo este rol en Chile.

Riesgo climático progresivo y mayor complejidad de los fenómenos

La historia de los desastres parece mostrar que este tipo de fenómenos aumentan progresivamente. Si bien existen diversas causas, el alza de la población expuesta, la urbanización desregulada, y los cambios tanto del clima como de la ecología global, fomentan el riesgo de ciertas amenazas, como los eventos de clima extremo. Basta reconocer que Chile en 2015 fue considerado en el Índice Global de Riesgo Climático como uno de los países más afectados por el cambio climático, por lo que podemos esperar que los desastres vayan también en aumento.

Al respecto, resulta interesante que con este acrecentamiento también se han producido muchas más obras de desastres. En nuestra investigación en DESARTES podemos ver que casi el 50% de las obras recolectadas se crean o exhiben después de 2010. Aquí es importante entender que, así como el terremoto de 1960 fue un impulsor de reformas políticas y un evento ampliamente abordado por las artes, el terremoto del 27-F tuvo un efecto semejante, con el 20% del total de las obras. Esto se puede relacionar también con una progresiva cobertura y acceso a las obras, especialmente aquellas que tienen registro en Internet. También hay que decir que nuestro estudio se centra en obras que abordan el desastre y no incluye necesariamente aquellas en torno al cambio climático.

Por otro lado, con el aumento de desastres se han complejizado también las formas de comprenderlos. Una distinción propia de nuestros tiempos es la de los tipos de desastres según la amenaza que lo genera, como son los desastres socionaturales, los antropogénicos, biológicos, tecnológicos, etc., y que las artes han abordado en sus distintas dimensiones. En esta complejización también se han propuesto modelos que tensionan la propia temporalidad de los desastres, y que se ve reflejado particularmente en expresiones artísticas del desastre en Chile.

Así, cuando hablamos de aquellos desastres lentos, cuyas consecuencias se expresan en tiempos prolongados y cuyas causas inmediatas son ambiguas, como los desastres antropogénicos de la sequía extractivista, el incendio forestal o las consecuencias de la polución continuada, podemos encontrar múltiples manifestaciones artísticas al respecto, que no solo visibilizan los desastres, sino que constituyen una denuncia política. Un ejemplo son las obras de Delight Lab ante la contaminación de Puchuncaví, o la exposición Chao Carbón de artes visuales, que parte de una demanda realizada por una organización activista en los territorios afectados por plantas termoeléctricas. Este tipo de obras muestran cómo el activismo ante los desastres lentos se funde con el arte para generar un alcance distinto, mediado por la reflexividad artística y el impacto estético.


Así como el tiempo del desastre, las agencias² detrás de éstos también se han complejizado. En este contexto, he reflexionado sobre cómo se ha generado un vuelco a la pregunta sobre lo no-humano, interrogante siempre compleja, hoy palpable en casi todas las disciplinas, con ciertos temas hegemónicos, como la inteligencia artificial, los hongos, el agua y claro, los desastres, que han captado una parte importante de la producción sociocultural incluso en Chile.

En este sentido, es interesante cómo aparecen agentes no-humanos en el desastre, donde las artes particularmente tienen la capacidad de hacerlos presentes, trayéndolos a nuestra experiencia a través de una pintura, una canción o un poema. En esta línea, he indagado en un terremoto desde la perspectiva de una roca, por ejemplo, un cambio de mirada sumamente importante para comprender aquello que es dotado de existencia en contextos determinados de desastres, por lo que debemos considerar a otras sociedades que conciben incluso la subjetividad de lo no-humano.

Para profundizar, la idea de que la naturaleza debe ser considerada no sólo como causa, sino como sujeto de afectación, es algo muy nuevo en la discusión del desastre, porque la ciencia es particularmente fruto del pensamiento moderno que ha tendido a sostener la dicotomía entre naturaleza y sociedad. Una noción más ampliamente aceptada es que, como mencionaba, el desastre no “es” natural, sino una conjunción entre factores ambientales y sociales que lo producen. Esta perspectiva estimula la conversación sobre la complejidad de los sistemas.

En este sentido, ha sido interesante entrar en diálogo con Fundación Mar Adentro y la residencia Ecologías del Fuego en vínculo con los desastres. Ha sido una instancia para tensionar aquellas definiciones preestablecidas desde las poblaciones humanas afectadas, y que contribuye a observar incluso áreas que presentan consecuencias que no necesariamente implican a los humanos de forma inmediata o evidente. Así, el hecho de que un incendio forestal aislado sea catalogado como desastroso también se vincula a efectos prolongados, como las emisiones, la reducción de áreas verdes o la pérdida de lugares significativos. Esto es clave para comprender no sólo la relación humano-ambiente, sino la de la humanidad con la Tierra, muy en línea con la relevancia que dan ciertos autores contemporáneos a entendernos como “terrícolas” parte de un sistema socioecológico glocal.

Un semillero que genera cruces entre arte y ciencia

DESARTES fue fundado en 2022, tras el primer Encuentro Artes del Desastre (2018), en que invitamos a artistas e investigadores a compartir en conversatorios, exposiciones e intervenciones que indagaban en el rol de las artes ante los desastres. El mismo año del surgimiento de este proyecto yo había producido una obra a partir de un estudio que condujimos anteriormente con investigadores de CIGIDEN, sobre la experiencia de comunidades lafkenches del Lago Budi durante el terremoto de 1960. Esta obra se adjudicó el efímero Fondart de Arte y Ciencia, lo que nos dio paso a una reflexión sobre cómo generar puentes significativos entre las ciencias y las artes de desastres.

En ese sentido, cuando comenzamos a trabajar, teníamos un bagaje sobre cómo queríamos aportar, proponiendo como objetivo coordinar, producir y difundir proyectos basados en arte para el estudio e intervención ante desastres, lo que se expresaría a través de diversas líneas de acción, entre ellas: encuentros interdisciplinarios para generar espacios de interacción entre actores de diversas áreas científicas y humanistas; una línea de producción de obras que funciona como semillero, en la medida que no sólo buscamos producir nuestras obras, sino también facilitar cartas de apoyo y asesorías para otros artistas; y una línea de investigación que sigue la idea de estudiar las artes del desastre en Chile, cuyo principal proyecto es el desarrollo de un Archivo público que documente las obras que han abordado los desastres en el país.

En particular, este Archivo de las Artes del Desastre en Chile que estamos desarrollando junto a Sebastián Riffo, busca generar una documentación sistematizada, dinámica y de acceso público de obras y muestras de arte que han abordado los desastres en el territorio que hoy ocupa el país. Para ello, hemos recopilado obras de artes visuales, escénicas, literatura y música, principalmente desde Internet, bajo un criterio de inclusión de obras que se hayan hecho públicas a través de exposiciones o publicaciones, y tomando un periodo extenso, desde los registros en el siglo XVI hasta la actualidad.
En su conjunto, todas estas líneas de acción han fomentado un diálogo entre distintos agentes, ampliando el alcance de las investigaciones de CIGIDEN y proponiendo nuevas alianzas que aseguren la continuidad del puente entre artes, ciencias y gestión del desastre, así como la visibilización de este tipo de arte que contribuye a generar sentido en torno a las catástrofes. Al respecto, cabe mencionar que este año realizaremos una exposición en conjunto con Servicio Nacional de Prevención y Respuesta ante Desastres (SENAPRED) en sus oficinas y que además, estamos generando una colaboración con el Museo Interactivo Mirador (MIM).

Un instante clave para generar transdisciplina y repensar la muerte

Hoy, pareciera que estamos en un momento clave en las relaciones entre arte y ciencia. No solo venimos de una reflexión sobre la crisis del método en las ciencias y del alcance social de sus productos, especialmente levantada por las ciencias sociales, sino que las propias artes parecieran presentar su propia crisis identitaria. En esta tensión global de las disciplinas, múltiples organizaciones han intentado generar puentes entre ellas, destacándose, por ejemplo, lo que hace hoy el European Organization for Nuclear Research (CERN), con sus convocatorias artísticas o, en Chile, los múltiples fondos que se abren para generar dichos vínculos, como los fondos de Ciencia Pública del Ministerio de Ciencia.

En línea con los desastres, se propone que el arte puede aportar sustantivamente a la investigación científica para producir conocimientos a través, por ejemplo, de sus cualidades evocativas y reflexivas con potencial de ampliar y hacer presente aquel fenómeno que queremos estudiar y cuya exposición no-artística puede generar emociones adversas. Esto es algo que he experimentado de forma directa con obras que he realizado con DESARTES. Por ejemplo, en “Perspectivismo o el terremoto de 1960 desde el Panku”, hoy en exposición en la Bienal Internacional de Arte de Valparaíso, ha generado una interacción con el público que me permitió reinterpretar, a partir de esas experiencias, mi propio material etnográfico y progresar en líneas de investigación que he presentado en congresos de antropología o que me han inspirado a escribir al respecto. En la interacción entre arte y ciencia se pueden construir nuevas áreas de conocimiento sobre el desastre.
Finalmente, quisiera plantear un punto en relación con la muerte y los desastres. Mis búsquedas sobre el tópico mortuorio son anteriores al tema central de esta columna, y ha sido quizás un prólogo de una indagatoria que me ha acompañado desde muy joven, embargado de preguntas sobre la catástrofe, entendida –según he indicado antes– como un acontecimiento que disrumpe o interrumpe cómo entendemos el mundo. En ese camino, he trabajado también sobre el vínculo de la locura, la muerte y los desastres socionaturales, relación que abre puertas de frontera y da luces sobre las interacciones humano-ambiente que tanto me interesan. A la vez, son temas que en su condición catastrófica generan dificultades para hablar al respecto, por lo que su abordaje desde las artes puede ser especialmente óptimo.

La relación entre la muerte y los desastres es fundamental en mi comprensión. La primera es también uno de los principales referentes para la definición de un desastre: el número de fallecidos junto a los datos de daño y pérdida. Pero esto tiene una particularidad –que hemos abordado en otros proyectos como el Encuentro Interdisciplinario sobre la Muerte realizado durante la pandemia–, en que buscamos indagar sobre qué puede significar la muerte de manera colectiva entendiendo que existe una causa compartida. En este sentido, la catástrofe, la muerte y el desastre se unen en un desgarro que nos es más fácil de enfrentar conjuntamente como sociedad y que, por lo mismo, puede ser abordado desde prácticas sociales y colectivizantes. Aquí, nuevamente, aparece la necesidad de articular medios a través del arte para generar sentido histórico, comunitario y afectivo.

Ignacio Gutiérrez Crocco, director de DESARTES.

Referencias:

  1.  Unidad del Centro de Investigación para la Gestión Integrada del Riesgo de Desastres (CIGIDEN) que promueve “el cruce entre encuentros interdisciplinarios, la construcción de un semillero de proyectos de arte, la circulación de obras, y la línea de investigación donde se inserta un archivo público de desastres”.
  2.  La etimología del término agencia proviene de la palabra en latín agentia, que significa efectivo y poderoso. El concepto es abordado desde múltiples disciplinas, siendo central la noción de la capacidad de actuar o ejercer voluntad.