Imagino a todo el mundo tratando de entender qué sucede, tomando decisiones en el contexto de una crisis que nos afecta a todos, pero que pocos comprendemos. La incertidumbre nos daña y mucho. Las personas hoy autoimponiéndose cuarentenas, otros escépticos sin darle importancia y tratando de hacer su vida como si esta realidad –la de una pandemia que está enfermando y matando gente en otros países– no existiera. Un porcentaje no menor de personas, está obligadas y estresada atravesando sus ciudades para
trabajar, con la angustia de un contagio por COVID-19 que crece día a día en Chile.
El escenario de una pandemia como el de Coronavirus –que como estudiante graduado simulamos cuando aprendemos sobre epidemiología o cursando un grado en salud pública–, por lo menos en mi caso, contenía un aprendizaje de complejas ecuaciones para entender cómo se desarrolla una epidemia.
Entender las matemáticas de una epidemia es complicado porque el cerebro y nuestro aprendizaje nos permite entender intuitivamente las ecuaciones lineales, pero no las logarítmicas. Es extremadamente difícil entender el crecimiento exponencial y sumar a ello una serie de incertidumbres que no caben en una ecuación lineal. También en el entrenamiento epidemiológico, parecido a la simulación de una alerta de tsunami, uno se enfrenta a continuos cambios de información y a la dificultad de tomar decisiones apropiadas, cuando esa data es contradictoria, cambiante, o es solo ruido.
Este virus nos obliga repensar todo. El miedo, la ansiedad, el pánico, o la negación, son mecanismos psicológicos frecuentes y pueden ocurrir todos al mismo tiempo o en forma secuencial. Es normal. También por supuesto el cansancio, síntomas de depresión, desconcentración, todo lo cual hace difícil hacer otra cosa que no sea pensar, accionar o absorber información directamente relacionada con la pandemia. Nuevamente es normal.
Intentar simplemente reemplazar el contacto humano con teletrabajo no es fácil, cuando a su vez se agregan todas las tareas del hogar incluido cuidar a otros. Para las madres de nuestro país este escenario genera aún más estrés. Aquellos que tenemos que cuidar familiares de mayor edad es un tremendo
estrés. Necesitamos por ello generar espacios no solo asincrónicos (email, WhatsApp, Facebook), también sincrónicos para compartir nuestras preocupaciones e ideas de cómo seguir adelante. En ello cada líder de equipo, institución, organización, debe tomar decisiones para apoyar a su gente, no esperando que todas las soluciones vengan desde su superior jerárquico. Debemos seguir en contacto.
Esas conversaciones con la comunidad, la familia, los colegas de trabajo, los apoderados de cursos, y otros, nos permitirá compartir algunas estrategias para mantenerse físicamente distante y a su vez conectados. Pero es necesario ajustar las expectativas laborales y escolares. Estamos en crisis, en
confinamiento, en un estado de excepción. Lo que estamos viviendo no es solo algo que nos afectará un par de semanas.
Pensar en la prevención del contagio debiera ser el centro de nuestra preocupación. En este momento no hay nada más importante. Es como una alerta de tsunami, donde lo urgente es evacuar a zona segura. Este virus es el equivalente a un desastre, sin duda, con una serie de alertas en curso. La evidencia acerca del distanciamiento físico con otros es irrefutable, es en este momento es en lo único que estamos totalmente seguros.
El foco de la conversación en el tratamiento de la enfermedad es en ese sentido, es poco productivo. Sabemos, además, que el miedo no necesariamente conduce a las personas y comunidades a las mejores decisiones. Por ello, circulan muchas noticias falsas que no conducen a las personas a mantener el
aislamiento de otros. El “aplanar la curva” es central aquí. ¿Por qué? Independiente del radio de enfermedad, la crisis se produce por la cantidad sideral de personas que requieren información, ayuda, diagnóstico, tratamiento y manejo de pacientes terminales. Nuestro sistema de salud es incapaz de
manejar un índice de contagio incluso conservador.
No contagiarse aplica no solo a las personas de más riesgo (edad, enfermedades autoinmunes, respiratorias y cardiacas, etc.) sino a los más jóvenes. El contagio de aquellos que no están en los grupos de riesgo disminuye la capacidad del sistema de salud para responder a los de más graves. Además, los incapacita para sustentar el funcionamiento de sistemas claves como el suministro de
energía, alimentos, medicamentos y otros. Es decir, grandes cantidades de enfermos que necesitan estar en cuarentena, impiden apoyar a aquellos que podrían enfermar a futuro no solo por Convit-19. Más allá de las capacidades biológicas del virus, nuestra conducta puede a su vez habilitar el virus aún más.
Para los que trabajamos en desastres esto no es novedad, los desastres no son naturales.
Aparte de crear distancia física para disminuir el contagio, necesitamos utilizar la lógica de la reducción del riesgo de desastres para alfabetizar a todos en buscar ayuda solo cuando necesitemos tratamiento. Aún en los escenarios más conservadores y con excelentes sistemas de salud, la capacidad de estos se verá
completamente sobrepasada. Es lo que sucede en Massachusetts en Estados Unidos, por ejemplo, de donde vengo llegando. La lógica DRR incluye la necesidad imperiosa de poder educar a las personas, diseminando información confiable y verídica. Ayudar a distinguir qué hace sentido y qué no es de suma
importancia. La misión de salud pública, al igual que de los investigadores de centros como CIGIDEN, es salvar vidas y evitar que las amenazas naturales se transformen en desastres. Este virus no debe transformarse en un desastre.
Columna publicada en Diario La Segunda de Gonzalo Bacigalupe Académico UMASS, Boston Experto en Salud Pública Harvard Investigador CIGIDEN. Revisa la publicación aquí
marzo 19, 2020