El 22 de enero de 2020, la comunidad aymara de Quillagua colocó una barricada en la Ruta 5, en el norte de Chile, para denunciar la inacción del Estado durante décadas ante la escasez de agua en su territorio. Quillagua se encuentra en el desierto de Atacama, donde el agua siempre ha sido un recurso escaso. El cambio climático no ha hecho más que agudizar esta crisis. De hecho, se estima que las precipitaciones en el desierto de Atacama disminuirán entre un 10% y un 30% para finales de siglo.
Según el paper “Extractivist droughts: Indigenous hydrosocial endurance in Quillagua, Chile”, liderado por la investigadora e CIGIDEN, Valentina Acuña y el investigador CIGIDEN y académico del Instituto de Sociología UC, Manuel Tironi, el extractivismo de la minería está intensificando las tensiones hídricas inducidas por el cambio climático en las comunidades indígenas. Las ciencias del clima, indican, han reconocido la capacidad del conocimiento ecológico tradicional para el diseño y la aplicación de intervenciones de adaptación hídrica, pero sin detenerse en prácticas cotidianas que despliegan las comunidades ni en sus cambios en el tiempo.
A partir de un enfoque etnohistórico, los autores reconstruyeron la historia de las intervenciones hidrosociales indígenas articuladas en Quillagua. En la investigación, publicada en el journal The Extractive Industries and Society, muestran cómo se articulan múltiples estrategias para resistir, coexistir y prosperar frente al efecto del extractivismo y el colonialismo sobre el agua, o lo que denominan “resistencia hidrosocial indígena”.
Desposesión del agua
“Esto significa que la sequía no es solo un fenómeno natural, sino que está relacionada con el extractivismo y la desposesión del agua que se ha hecho desde fines del siglo XIX en esos territorios del norte de Chile por parte de las distintas industrias mineras de la zona”, sostiene la historiadora y autora principal del artículo.
El académico del Instituto de Sociología UC, Manuel Tironi, agrega, que este trabajo busca reconstruir la historia de los problemas hídricos relacionados con el extractivismo en Quillagua y mostrar la complejidad ecológica, política y social de estas tensiones hidrosociales frente a la larga historia de la vida aymara en el desierto más árido del mundo.
En efecto, la minería —primero del salitre, luego del cobre y ahora del litio— ha considerado el desierto como una terra nullius o un territorio de nadie y sin vida que puede ser intervenido ilimitadamente. Si bien Quillagua no es adyacente a ninguna explotación minera, es un punto estratégico entre el altiplano y la costa y el río Loa que le cruza ha sido importante fuente de agua para las explotaciones de litio y cobre cercanas, tanto en la cuenca de Calama como en el Salar de Atacama.
Estrategias frente a la sequía
La comunidad aymara de Quillagua ha acusado las intervenciones mineras en particular, y al complejo estatal e industrial en general, de desviar corrientes de agua, drenar acuíferos y contaminar los cuerpos de agua. Ante estas situaciones, los resultados del estudio sugieren que a lo largo del último siglo quillagueños y quillagueñas han recurrido a cuatro estrategias de gestión hidrosocial: la resistencia por invención, la reapropiación, la etnificación y el ajuste.
“Cada una de estas estrategias han sido desplegadas a través del tiempo. Nuestra investigación consistió en entender cómo la comunidad aymara de Quillagua se ha enfrentado a distintas sequías en diferentes momentos históricos”, detalla Acuña. La primera estrategia, complementa la experta, corresponde al ciclo del salitre (1888-1930) y que los autores denominan “por invención”, en relación a las innovaciones técnicas implementadas para convertir el agua proveniente del río Loa, a través del conocimiento local, en agua dulce.
La segunda estrategia fue la reapropiación de infraestructura y tecnología abandonada después del auge y caída del llamado «ciclo de la alfalfa» (1930-1975), y la tercera lo que los autores llaman «etnificación» (1975-2000), es decir, la reinvindicación de la identidad indígena para hacer frente a la privatización del agua durante y después de la dictadura cívico militar. Actualmente, la resistencia hidrosocial aparece bajo las prácticas de “ajustar” tecnologías que son entregadas por el Estado a través de sus programas de apoyo pero que, sin embargo, no están preparadas para las condiciones hidrológicas de Quillagua. “Hoy los habitantes de Quillagua gestionan una planta de ósmosis inversa que convierte el agua del río Loa en agua dulce para el consumo humano. Sin embargo, la sequía y las dinámicas hidrológicas del río hacen que la planta no funcione como corresponde, lo que obliga a la comunidad a buscar arreglos y apaños creativos a la tecnología existente”, asegura Manuel Tironi.
Más ampliamente, señalan los autores, estas respuestas muestran que el conocimiento indígena ante el cambio climático es flexible y se despliega en prácticas cotidianas. Y fundamental, incluye la movilización política y es inseparable de la búsqueda comunitaria por la justicia y autodeterminación territorial.