Los tsunamis, el COVID-19 y el cambio climático son amenazas que se desarrollan en escalas de tiempo distintas, pero pueden producir efectos globales. Las olas de un tsunami generado en Chile se propagan a través del océano Pacífico y pueden estar activas durante horas y días, alcanzando incluso localidades distantes en Japón. El virus responsable del COVID-19 se originó en China y casi un año después sigue alterando las formas de vida y convivencia en prácticamente todos los países del mundo. El cambio climático se hace sentir cada año con mayor fuerza través del aumento de la temperatura del planeta y una mayor intensidad y frecuencia de sequías, incendios, huracanes, marejadas o aluviones; en el mejor de los casos, estos efectos perdurarán aún durante décadas.
¿Qué tienen en común estas amenazas? Todas ellas pueden derivar en desastres con efectos políticos, económicos y sociales de gran amplitud. Sin embargo, los desastres NO son naturales, son una consecuencia evitable –o al menos mitigable– de la interacción entre estas amenazas con otras dos dimensiones que podemos controlar a través de decisiones individuales y de política pública: la exposición y la vulnerabilidad. El impacto de tsunamis o aluviones puede, por ejemplo, reducirse significativamente reconociendo las funciones de mitigación de inundaciones que proveen planicies fluviales, humedales, dunas y playas, para conservarlos y así reducir nuestra exposición a través de la planificación urbana y territorial. Por otro lado, mejorar la educación, reducir la pobreza y las diferencias de acceso a bienes y servicios básicos –un sistema de seguridad social-, permiten disminuir las vulnerabilidades y formas desiguales en que estas amenazas impactan a distintos sectores de la sociedad.
En estos tiempos de incertidumbre y desconfianza crecientes, la convergencia de voluntades globales impulsada por las Naciones Unidas, a través de las agendas de desarrollo sostenible, reducción del riesgo de desastres y cambio climático, está cobrando una importancia decisiva. Todo indica que deberemos dejar de invertir sólo en prepararnos para “el último desastre” -que a menudo viene acompañado de un sentido de urgencia que se desvanece en el tiempo- para abordar los grandes desafíos de futuro de manera intersectorial y participativa.
Generar espacios de gobernanza con presencia activa de científicos, políticos y representantes de la sociedad civil, permitirá combatir prejuicios y trazar caminos para el desarrollo sostenible y la disminución de inequidades socio-territoriales. En palabras de Antonio Guterres –Secretario General de Naciones Unidas– en el día Internacional para la Reducción del Riesgo de Desastres 2020, es más importante que nunca relevar la importancia de la gobernanza del riesgo para construir un mundo más seguro y resiliente.
Columna de Rodrigo Cienfuegos, director de CIGIDEN y académico de la Escuela de Ingeniería UC, publicada en medio digital El Ilustrado. Ver
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